Continuamos con la serie de post que nuestra psicóloga escribe para ofrecer más información sobre la salud mental de los mayores. En esta ocasión dedicamos nuestro mayorMENTE a aquello que es mejor evitar decir a las personas más ancianas.
En la juventud, tendemos a contemplar la vejez como una etapa muy lejana, incluso ajena a nosotros. Nos cuesta hacernos a la idea de que, si todo va bien, nosotros mismos llegaremos a esa fase más rápido de lo que imaginamos.
Hacerse mayor en la sociedad actual no es fácil. Supone un cambio drástico en que la persona pasa de sentirse productiva, autónoma e independiente, a sentir que depende de los demás. La persona comienza incluso a sentir que, en lugar de aportar, supone una molestia para su alrededor. Después de toda una vida siendo completamente capaz y autosuficiente, su cuerpo y sus facultades mentales empiezan a presentar limitaciones. Lo que antes le parecían tareas automáticas y sencillas, comienzan a suponer un problema: desplazarse, cargar pesos, planificar tareas, memorizar detalles cotidianos, tomar decisiones, etc. Por todo ello, el envejecimiento supone un cambio muy difícil de encajar para todo ser humano.
Dicho lo anterior, es lógico que una persona mayor no se sienta bien cuando su entorno le recuerde que ya no es ni será el mismo de antes. No obstante, la realidad es que, el mayor irá perdiendo cada vez más sus facultades y, seguir viviendo con la misma autonomía de siempre podría ponerle en peligro. A menudo, el mayor y su entorno comienzan a ser conscientes de que este cambio ha llegado cuando empiezan a surgir errores con el manejo del dinero, descuidos cotidianos, accidentes domésticos, caídas, etc.
Así pues, el objetivo de sus familiares ha de ser favorecer que el mayor pueda conservar su autonomía en la medida de lo posible, pero facilitándole progresivamente ayuda en las tareas que ya no puede hacer solo preservando su seguridad.
Pero, ¿cómo podemos dirigirnos a un mayor sin herir su sensibilidad y favoreciendo que acepte nuestra ayuda? Las siguientes son algunas expresiones que evitar al dirigirte a un mayor:
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“Deja, que ya lo hago yo”
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“Cada día estás peor”
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“¿Cómo puede ser que no te acuerdes?”
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“No se hace así”
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“Con la memoria que tú tenías…"
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“Antes sabías hacerlo”
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“No estás poniendo de tu parte”
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“Tampoco será para tanto”
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“No hagas eso”
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“Cada vez oyes menos”
Evita utilizar expresiones como las anteriores y prueba con un tono más positivo y propositivo. Sustituye las órdenes por las sugerencias, dale opciones en lugar de decidir por él, escucha sus necesidades y ayúdale en sus tareas en lugar de hacerlo por él o ella. Recuerda que, el día menos pensado, tú también llegarás a esa etapa, y trátale como te gustaría que te tratasen.