Un Centro de Día es un espacio al que asisten las personas mayores diariamente o durante unas horas a la semana para potenciar y/o mantener sus capacidades funcionales y cognitivas, del mismo modo que se persigue mejorar su estado de ánimo, lo que se trabaja de manera transversal en cada una de las actividades que se llevan a cabo. Dicho espacio está inicialmente planteado para acoger personas con un deterioro leve o moderado, sin embargo, en el día a día estamos comprobando cómo cada vez más acuden a nosotros mayores cuyo grado de deterioro es más avanzado, con una sintomatología más pronunciada, lo cual hace preciso reevaluar el planteamiento inicial, al ser otras las necesidades y demandas de algunos usuarios.

Por una parte, está el propio rechazo inicial del mayor hacia un servicio como éste, al entender que no lo necesita o que no es el lugar adecuado para él, estableciendo un

distanciamiento entre su estado funcional y cognitivo y el del estereotipo que tiene del perfil de usuario que accede a los Centros. Esto inevitablemente genera un enfrentamiento entre el mayor y la familia que no es sencillo de resolver. Por otra parte, está la tendencia por parte del cuidador principal a tratar de asumir por completo el rol de cuidado de su familiar mayor, desestimando la idea de recurrir a un servicio profesional externo, lo que hace que se retrase el momento en el que éste empieza en el Centro. Ambos casos conllevan que cuando el mayor llega a nosotros presenta un deterioro más avanzado.

En el primero de los casos, cuando la persona mayor presenta un deterioro leve o incipiente, tenemos que tener en cuenta que su propia idea de lo que precisa, quiere o necesita puede diferir de lo que precisa, quiere o necesita su familia e incluso él mismo. Es importante que en estos casos se sienta escuchado, comprendido y valorado, y para ello debemos crear un ambiente adecuado, de confianza y de tranquilidad, en el que nos exponga sus miedos e inseguridades, y los motivos por los que rechaza la idea de acudir al Centro de Día. En la mayoría de los casos, dichos miedos e inseguridades nacen de una idea equivocada de lo que es un Centro de Día y de lo que en él se hace.

En el segundo de los casos, es la propia familia la que pospone el ingreso en un Centro, en ocasiones por la dificultad que uno tiene para tomar conciencia de la enfermedad de su familiar, algo que forma parte del duelo que se vive en esos casos.

Es importante también tener en cuenta la creencia heredada, propiciada por la cultura y la educación, de que es la familia la que debe brindar todas las atenciones y ayudas, independientemente del desgaste que ello supone. Dicha barrera no es sencilla de franquear, por lo que cobra aún más relevancia la necesidad de diálogo y de búsqueda de consenso.

Cuando el mayor presenta un deterioro más avanzado, entran en juego otras variables como son, por ejemplo, la sintomatología conductual asociada al propio deterioro, lo cual hace inevitablemente que la adaptación al Centro sea más complicada, puesto que el mayor no lo interpreta como un entorno seguro al salir de su zona de confort habitual en la que en cierta medida mantiene un control de las situaciones y de las personas.

Para los trabajadores de los Centros de Mayores es una realidad a la que hacemos frente diariamente. Trabajamos con distintos perfiles, con distintas familias, cada uno y cada una con sus necesidades y hábitos, con sus creencias y sus comportamientos, en definitiva, con sus situaciones vitales, en ocasiones muy dispares. Tradicionalmente se considera a los Centros de Día como el recurso intermedio entre el hogar y una residencia, pero observamos en ocasiones cómo las estancias en los Centros son cada vez más cortas o más fugaces, lo que irremediablemente se traduce en que las personas que acuden lo hacen cuando el deterioro es muy acusado y la situación en casa está tan desgastada que la sobrecarga hace mella, tanto a nivel físico como a nivel emocional, lo que requiere dar paso al siguiente recurso.